♦ Lanello pastorcillo

Un pastorcillo contempla el enigma de la existencia

por

 

Amigos que aman hacer Su voluntad:

Me viene el recuerdo de una experiencia que tuve hace mucho tiempo, en una encarnación poco conocida por mí antes de mi ascensión. Ocurrió en el Medio Oriente, donde estuve encarnado en el mundo árabe como pastor al cuidado de rebaños en las que ahora son las faldas de las montañas de Siria.

Una noche, recostado a cielo abierto mirando las estrellas, contemplando la unidad de la Vida, que experimenté ya desde entonces como una corriente que cruzaba el firmamento para descender luego en un arco que se anclaban en el corazón— escuché el sonido de caballos y vi que un grupo de forasteros se aproximaba.

Mi alma me dijo que no eran de la luz. Una inquietud recorrió a las ovejas. De inmediato experimentamos un presagio de maldad.

A medida que la caravana de caballos se aproximaba intenté ocultarme con las ovejas sin éxito. Los hombres me hicieron señas de que me aproximara.

La vibración de su conciencia de maldad se intensificaba momento a momento. ¿Estaba en mi destino encontrarme con este campo de fuerza de negrura generado por la rebelión de almas rezagadas? ¿Se trataba de un karma? ¿De una oportunidad? ¿O de ambas cosas?

En mi atuendo de pastor y con mi cayado caminé hacia ellos en momentos que parecieron una eternidad. Al irme acercando a la banda vi que se trataba de bandidos con un botín de bienes robados: caballos, oro, joyas y seda (lo descubriría yo más tarde).

Uno de ellos, el jefe de la banda, me dirigió una mirada penetrante. Y luego habló en mi lengua natal: “Pastorcillo, ven acá.”

Dijo: “Somos de tu aldea natal y venimos del camino de Damasco. Nos persigue una banda rival de forajidos y necesitamos un escondite para nuestros objetos robados. Debes tomarlos y guardarlos en una cueva cercana hasta nuestro regreso, porque tenemos que enfrentarlos y eliminarlos lo más pronto posible. Si no haces lo que te pedimos nos encargaremos de hacerle un gran daño a tu familia.”

Aterrorizado, pero sin perder la compostura, vi que no tenía alternativa y que por el momento debía aceptar las exigencias de los bandidos.

Les mostré un escondite en una cueva lejos de la vista. Llevaron sus objetos allá y se retiraron tan rápido como habían llegado —y yo me quedé contemplando una vez más el enigma de la existencia.

En el alma sabía que debía proteger a mi familia, sin embargo también sabía que no era correcto albergar al mal ni dar refugio a malhechores. Y oré a Dios en el Espíritu de la Naturaleza, en la presencia viviente del Espíritu Santo, que no conocía según la teología, sino siguiendo la comunicación de mi corazón con el Corazón más grande del que yo formaba parte.

No pasaron seis horas antes de que la gavilla rival de forajidos se aproximara más y más como una nube de polvo al sitio donde yo cuidaba mis ovejas: un paso en las montañas utilizado a menudo por viajeros procedentes del Norte.

En mis cavilaciones al paso de las horas, mientras llamaba al Señor en mi dilema, las oleadas de pensamientos que me llegaron como consuelo de la mente de Dios hacían eco de la afirmación de las Escrituras: “La venganza es mía; la retribución es mía, dijo el Señor” [Deuteronomio 32-35; Romanos 12:19].

Me sentí confortado con el sentido de la justicia cósmica. Existe una razón —me dije— por la que esto me ocurrió. Es un reto y una oportunidad para saber más de Él.

Esperaré al Señor junto al arroyo y aprenderé Sus caminos. No me anticiparé al Señor, sino que Le permitiré realizar Su obra perfecta en mí.

Así, cuando la segunda gavilla de oscuros seres se aproximó yo estaba en un estado de conciencia para dar la bienvenida a los que serían los instrumentos para la representación del juicio y la compensación, que en mi alma sabía que es la ley del universo.

De tal manera estaba sentado meditando bajo un árbol en aquella noche tan iluminada por la reverberación de la luna de la esfera solar. Se detuvieron en el lugar donde descansaba y su cabecilla me preguntó por el paradero de los anteriores forajidos.

Dije que no sabía si habían pasado el día anterior, porque no los había visto. Luego de una pausa junto al arroyo, descendieron por el valle en la dirección que había tomado la otra banda. Lo último que vi de ellos es que desaparecieron rodeando unos peñascos que marcaban el camino descendente.

Pasó el tiempo: días, después semanas y no se supo nada de ninguno de ellos. Ya no estaba inquieto porque mi confianza estaba puesta en Aquel cuyo suave resplandor flotaba en el aire mismo como la vestidura de un Espíritu omnipresente extendiéndose para cuidar al género humano y a la vida elemental.

Mi morada estuvo en la llama de la consolación en esa encarnación, de manera muy parecida a como el Maha Chohán, el Representante del Espíritu Santo, hizo su morada en esa llama en la India, guardando la llama para millones de almas como pastor en las laderas de las montañas. Y como sabéis, Kahlil Gibrán también encarnó como pastorcillo en el Oriente Medio.

Y, así, Dios otorga encarnaciones para el alma proveyendo la sencilla manera de la naturaleza, el gozo de la comunión y una ausencia de responsabilidad para con las cosas de este mundo que da lugar a una continuidad de comunicación con otros planos, con seres cósmicos y con el centro de toda Vida: la propia llama de Dios mismo.

Poco a poco me fueron llegando noticias del valle a través de los pastores que traían a sus ovejas a pastos más verdes durante el verano.

No hablaban más que de la batalla de las gavillas de forajidos que tuvieron una confrontación a pocas millas de mi aldea natal y que, en su venganza, se arrancaron unos a otros miembro tras miembro hasta que no quedó ninguno que contara su historia, más que algunos muchachos que jugaban entre las rocas y se escondieron al escuchar su lucha feroz y vieron la batalla hasta el final y luego corrieron a contarlo a la gente del pueblo.

Pasada la batalla, la gente empezó a analizar a su manera lo sucedido, concluyendo que la pelea debió haber sido en torno a objetos robados. Pero todos estaban perplejos, porque no se habían encontrado ningunos bienes.

Escuché y sonreí. Y después despedí a los pastores que pasaban.

Y cuando cayó la tarde elevé una plegaria a mi Dios: “Oh, Señor, estos bienes no son míos sino tuyos. Proceden de este universo, de esa llameante Presencia que sé que Tú eres. Te pertenecen. Y sin embargo quisiera devolvérselos a los mercaderes que los perdieron a manos de los ladrones. Pero ¿cómo puedo yo, un pastor pobre, dejar mis ovejas e ir en busca de alguien a quien no conozco? ¿Y luego qué les diré? Porque a quienquiera al que le preguntaré dirá que son suyos.”

Una vez más las oleadas de gozo que provienen de la fuente de la Vida inundaron las costas de mi ser. Y sentí la Presencia interior y el “Paz, ¡aquiétate!” y la conciencia de “Todo está bien” [Marcos 4:39].  Porque la comunicación con Dios era, para mi corazón, una comunicación más allá de las palabras, incluso más allá de la formulación de conceptos mentales o verbales.

En mi infantil aceptación del Creador y de mí mismo como una de sus criaturas, humilde mas consciente de un propósito cósmico en obra en mi vida, sabía que el Señor me libraría de la carga de los bienes robados.

Un día acudí a la cueva a examinar el contenido del escondite: bellas sedas, especias, joyas y monedas de oro y piedras preciosas que no había visto nunca antes. Por la vibración de los objetos mismos tuve conciencia de que serían valiosos en los mercados del mundo.

Mas, ¿qué valor tendrían para mí, que tenía todo de Dios en salud, en gozo, en el servicio a la Vida que era mi vocación? Y entonces pensé en las necesidades de mi familia y de los niños de la aldea y en todo lo que esto podría proveerles para incrementar su oportunidad de encontrar esa armonía con la Vida que yo ya conocía.

 

La eternidad del amor

Las semanas se convirtieron en meses, los meses en el nuevo año. Y la Vida se me revelaba continuamente en la naturaleza.

Un día, mientras cuidaba las ovejas, a la distancia vi que se aproximaba una caravana, lo cual no era inusual en esa época del año. Porque muchos mercaderes cruzaban esta región en su camino a Damasco a vender sus mercancías. Al acercarse se detuvieron para refrescarse en mi campamento.

Como tenía una sopa cociéndose en el fuego, los invité a compartir mi humilde vianda. Para mí, ya fuera un hombre rico, un mendigo o un ladrón, todos provenían del Dios único, por lo tanto todos eran hermanos.

Aceptaron mi hospitalidad. Y a medida que comíamos empezaron a narrar las anécdotas de sus múltiples viajes.

Y entonces hablaron de haber sido asaltados por una banda de ladrones muchos meses atrás, de haber sido despojados de sus bienes y de que varios de los miembros de su partida habían sido asesinados. Les pedí que describieran lo que les habían robado y con máximo de detalles describieron las sedas y las joyas y el oro que yo bien conocía.

Cuando me convencí de que ellos eran verdaderamente los que habían perdido los bienes que yo escondía en la cueva, los invité a que me acompañaran al escondite. Mientras trepábamos por las rocas les narré mi aventura y les platiqué del destino de las bandas de ladrones.

Cuando vieron su tesoro intacto ante sus propios ojos no podían creerlo. ¡Qué grande su alegría! ¡Qué grande su gratitud!

Se volvieron hacia mí y dijeron: “Pastorcito de las montañas, más grande honestidad que la tuya no hemos visto nunca. Si todos los hombres fueran como tú, ¡qué diferente sería la vida —qué diferente sería el mundo!”

De haberse marchado llevándose lo que les pertenecía yo me hubiera sentido agradecido simplemente por la oportunidad de compensar las energías de la Vida —de rectificar un mal que se había hecho. Pero no fue así.

Me dieron una tercera parte de todo lo que había ahí, insistiendo en que la tomara. Pero yo dije: “Lo siento, pero soy feliz de ser pastor. Veré que mejoren las condiciones de mis gentes en el pueblo. Y haremos un pozo y atenderemos a los necesitados y a los pobres.” Se sorprendieron cuando escucharon mis deseos y de que no quería nada para mí, al punto que ofrecieron su ayuda para implementar un plan en beneficio de mis gentes.

Cuento esta historia —un episodio de una vida entre muchas— porque el registro que quedó en akasha* en las colinas donde tuvieron lugar estos acontecimientos y de la llama del Espíritu Santo anclada ahí por el amor que nació y se encendió en el corazón de uno y unos pocos.

* Registros de akasha: una sustancia y una dimensión sobre la que los ángeles registradores “escriben” los registros de todo lo que ha tenido lugar en el mundo de un individuo. Pueden ser leídos por aquellos cuyas facultades espirituales están desarrolladas. Véase Saint Germain On Alchemy, p. 355.

 

Muchos siglos han transcurrido desde esas horas preciosas de mi comunión con Dios. Pero cuando miro a lo largo de los años y veo los acontecimientos que tuvieron lugar desde entonces, observo con alegría que todos los que han pasado por ese camino también han visto encenderse amor y solicitud para con sus semejantes. Y los sucesos que surgieron de ese comienzo revirtieron la marea en muchas almas, en muchos corazones.

Algunos de los que vienen y están fatigados, otros que son malvados y oscuros, al irse acercando al sitio donde anida la virtud encuentran elevados pensamientos, aspiración e interés por la humanidad despuntando en la conciencia. Se ven renovados en un sentido espiritual. Y no abandonan el lugar sin recibir en alguna medida las energías transformadoras que el amor inculca.

Al ponerme la vestimenta del Señor, al revestirme de su conciencia, su conciencia de las formas de Vida, y al amar a las múltiples partes del Todo como una sola pude allanar el camino para que otros quizá toquen el borde de esa vestimenta, tal vez se sientan conmovidos por las virtudes brillantes como joyas que la adornan.

Y para concluir quisiera decir que cualquiera que haya pasado alguna vez por ese lugar ha recibido algo (hasta el más insensible) en alguna medida, por poco que sea, debido a las acciones de aquellos días —debido a la integración de mi alma con las almas de verdaderos extraños que al rendir servicio mutuo implantaron la consigna del Génesis “YO SOY el guardián de mi hermano”. [Génesis 4:9]

Os he relatado esto para que salgáis a hacer lo mismo: para que rindáis servicio a sabiendas de que todo acto de abnegación es una semilla que madurará y se fortalecerá y entonces crecerá como un ornamento floral para todos aquellos que vengan después.

Éste es el significado de la vara de Arón. [Números 17:8] Cuando hombre o mujer usan las energías del fuego sagrado —la vara de poder que fluye del corazón en el altar de la espina dorsal— en servicio y devoción de unos a otros, y a toda la humanidad, encuentran en su propio mundo la plenitud de las virtudes que plantaron y regaron y que Dios incrementó. [1 Corintios 3:6]

Y todos los que pasen por el camino que ustedes recorren, donde han dejado el registro de abnegación, se verán de igual modo impulsados a perpetuar la espiral iniciada por ustedes. Y poco a poco el refuerzo de la virtud mediante sucesivos actos multiplicados por otros actos construye un moméntum persuasivo de amor como fundamento de una nueva civilización, una nueva era y una nueva jerarquía.

La vida no resistirá el flujo hacia la fuente del amor. Porque toda vida, grande o pequeña, en el meollo de la existencia desea reunirse con la llama del amor.

Para vestiros con la túnica del Señor debéis primero despojaros de la resistencia a este flujo, a este amor, y luego demostrar en pequeñas y grandes acciones que vuestra fe es una fe viva —una fe de acción que se realiza palabra por palabra, acción por acción.

Entonces veréis la esperanza de la humanidad adquirir un nuevo fervor porque vosotros pusisteis el ejemplo. Entonces veréis cómo el amor engendra amor y cómo la comunidad del Espíritu Santo se renueva a partir de flores de la llama que se han convertido en el loto de mil pétalos de la luz búdica.

Os hablaré de nuevo de la eternidad del amor.

Lanello

 

Traducción del capítulo "A shepherd boy contemplates the riddle of existence. Continuity of communication with the Center of all Life… through communication of my heart with the larger Heart of which I am a part", Cosmic consciousness. One man's search for God, por Mark L. Prophet, recopilado por Elizabeth Clare Prophet, Summit University Press, 1986.

 

 

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Nombre que asumió Mark L. Prophet, mensajero de la Gran Hermandad Blanca, al hacer su ascensión. Compuesto por “Lan”, de Lancelot, y “ello”, de Longfellow, dos de sus encarnaciones. Junto con otros seres celestiales, el maestro ascendido Lanello dirige espiritualmente las actividades de The Summit Lighthouse desde el mundo celestial como el "guru siempre presente".